Resumen
Este artículo pretende darle forma a la narrativa de los jóvenes universitarios durante la pandemia; construir con ellos un relato de las cosas que pasaron, de las circunstancias que vivieron, pero no lo podemos hacer sino en función del todo, porque las decisiones de los jóvenes son relevantes en su contexto económico, social, político y educativo. La pandemia no solo fue y es una línea de tiempo, fueron y son experiencias e historias de vida en una intrínseca relación con la familia, los centros de trabajo, la universidad, el grupo de iguales, entre otros. Esto es una aproximación a ese proceso de vivencias.
Palabras clave: Jóvenes, pandemia, educación, economía, mercados de trabajo.
Key words: Young people/youngsters, pandemic, higher education, labor economics, job market.
Introducción
La Covid-19 planteó escenarios no previstos para las y los jóvenes universitarios. Al desconcierto que generó la aparición y dinámica de contagio del SARS CoV-2, que llevó a los países a cerrar sus fronteras, confinar ciudades, decretar medidas excepcionales de aislamiento, parar la economía y dar pausa obligada a la educación presencial, siguió la adaptación en el ámbito laboral, en las escuelas y facultades, en las relaciones interpersonales. Los campi quedaron vacíos, pero las universidades siguieron sus cursos, sus programas y esto fue un logro no solo de las instituciones, de su personal docente y administrativo que hizo de la virtualidad su nuevo entorno laboral, sino fundamentalmente de las y los alumnos que en medio de la pandemia eligieron carrera, transitaron hacia la universidad o hacia el mundo del trabajo. Es decir, no hubo espacio para detenerse.
Pese a ello, la crisis sanitaria se instaló, cobró derecho de residencia y modificó las relaciones familiares, la convivencia con el grupo de iguales y, por supuesto, se manifestó de diferentes maneras con la pareja. De la realidad conocida se pasó a un terreno de especulación, temor e incertidumbre; del registro de enfermos se pasó al de decesos. El cierre de negocios exacerbó el fenómeno del desempleo. La deserción se hizo presente en los diferentes niveles educativos. Así, la generación matriculada en la universidad en los años de esta pandemia soportó toda clase de circunstancias adversas. Salió adelante gracias a su capacidad de resiliencia y a albergar como suyo al Otro. Hoy son la generación del presente que abraza al futuro con mayor seguridad, porque si la Covid-19 no la derrotó, difícilmente algo lo hará.
Una reflexión inicial sobre el futuro abre los ejes temáticos de este artículo, para continuar con un esbozo sobre la naturaleza de la crisis ligada al Antropoceno, a algunos problemas estructurales de la universidad, de la economía y de la práctica profesional de la orientación, hasta concluir con la narrativa de algunos jóvenes sobre la pandemia. A manera de conclusión se anotan diversos vectores conceptuales para dar cuerpo al esfuerzo por construir un relato necesario sobre las y los universitarios durante la pandemia.
Una reflexión inicial
Queremos garantías sobre el futuro que la vida no ofrece, pero nosotros las queremos, da igual; y si no las hay, comienza la travesía de los modelos de intervención, como si esto fuera algo que se pudiera ordenar desde el escritorio, el cubículo o el salón de clase. No es posible. No hay manera de ordenar hoy de manera perfecta el futuro. La vida no da para eso. Si fuera posible, no habría razón para no tener el escenario ideal. A los dieciséis, a los dieciocho o a los veinte años nos asaltan todas las dudas. En esa etapa elegir una carrera resulta, a veces, un desafío mayor. ¿Qué somos a esa edad? Hemos dejado de ser adolescentes, pero no somos adultos. Estamos en una suerte de interregno personal. Todo queda al descubierto: la responsabilidad de ser nosotros mismos. En el fondo, más que modelos de intervención necesitamos una buena dosis de seguridad. Conocemos bien nuestras preferencias; sin embargo, nos hace falta decisión para andar el nuevo camino con los riesgos que conlleva.
Pocos anticiparon la crisis sanitaria que provocó el SARS CoV-2. Fue insólito, lo que nos recuerda dónde estamos. “Vivimos tiempos de desamparo y extinción en los que nos vemos a nosotros mismos como víctimas de un proceso que parece imposible de entender y detener”. (Serratos, 2020:12).
El contexto es complejo para el joven que deconstruye su realidad, y pretende dilucidar su futuro. “Hacemos muchas cosas sin saber nada. Esa nada me mantuvo años en el Instituto Francés de América Latina..., donde llegué a cursar la locura del primer semestre de la Sorbonne. Más tarde hice la carrera de Letras Francesas en la UNAM, de la cual soy prófugo consistente. Luego vino la pelea a muerte con la Civilization frangaise. Nunca entendí ese pleito...”. (Pérez Gay, 2022:3).
Frente a la pandemia, las autoridades tomaron medidas para reducir la movilidad: cierre de centros de trabajo y estudio. Sus efectos ahondaron las brechas sociales e hicieron evidente el cambio en la naturaleza de la crisis.
Jóvenes: Decidir en un estado de crisis
La pandemia fue un producto del Antropoceno; es decir, del periodo en el que el planeta sucumbe a la dominación humana. Presencia destructiva, la nuestra, pero no todos contribuimos al desastre de la misma manera: “... algunos humanos con poder económico y político (son) capaces de deshacer... biomas enteros para su supervivencia..., vagan cómodos en su soledad, se alimentan, duermen, se reproducen y nada parece afectarles. Viven en una especie de jaula natural del confort. Sin depredadores. Sin competidores. Sin preocupaciones. Unos estoicos agresivos, violentos, hambrientos que consumen y transforman cada organismo que encuentran en el camino”. (Serratos, 2020:16-17).
La huella ecológica está aquí para recordarnos que si la economía es la obsesión no se podrá con esto, porque crecer como lo hacemos −con base en el consumo, el crédito y la temporalidad de las cosas−, no es sostenible. Con recursos finitos no podemos aspirar a crecer de manera ilimitada. Las próximas generaciones enfrentarán escasez de casi todo, porque ahora mismo consumimos lo que les toca. No parece lógico ni sensato mantener este comportamiento.
Pensar y hacer las cosas de otra manera es posible: “...apostar por formas de ocio creativo, frente a las formas de ocio siempre vinculadas con el dinero... Tenemos que repartir el trabajo –el de cuidados–. Tenemos que restaurar la vida local que hemos ido marginando en provecho de una globalización enloquecida...”. (Taibo, 2020:57-58).
Este punto de quiebre abrió otras reflexiones. “No es necesario tener fe en el futuro que se aceleró con la pandemia y ya está aquí, hay que entender que esa idea que aseguraba que estudiar 20 o 25 años nos iba a servir para el resto de la vida se acabó...prácticamente la mitad si no es que más, de todo cuanto aprendimos en las universidades... no nos servirá para vivir los siguientes diez años. Lo que le debemos a las universidades es el criterio para darnos cuenta, la experiencia de vida, pero el resto es historia...Cargarle la mano a la educación tradicional que entrega datos, pero no habilita a las mayorías como solución a la desigualdad, no solo es falso; los hechos duros indican que se volvió una mercancía privilegiada que no tiene cabida en la nueva realidad”. (Levy, 2022:36).
Lo que tenemos no sirve para ganar el futuro. Una ruptura sistémica parece inevitable. Las y los jóvenes están inmersos en este contexto. Sus decisiones están marcadas, además, por un sentimiento de anticiparse a lo que viene, que no tiene cabida: “... no es bueno que una parte excesiva de (la vida) transcurra en ociosas deliberaciones sobre cómo debemos pasarla; la deliberación, que algunos emprenden por prudencia, y continúan con sutileza, debe, después de un largo dispendio de pensamientos, concluir en el azar. Preferir un futuro modo de vida a otro por atinadas razones requiere de facultades que nuestro Creador no tuvo a bien dispensarnos”. (Elster J., citado por Rivera, 2000:378).
La Covid-19 no estaba en la mente de nadie, pero llegó. Las y los alumnos tuvieron que lidiar con la pandemia. Esta es una generación que descubrió y sintió el dolor, y que encontró los motivos para seguir adelante: “...mil y un detalles...que no pueden reducirse a cifras y que hacen que vivir valga la pena”. (Ball, 2010:534).
Educación superior: Desigualdad en el campus
¿Cómo es que la práctica profesional de la orientación lidió con este contexto excepcionalmente complejo de las y los jóvenes? ¿Cuál es su papel frente a otros problemas que registran algunas de las grandes universidades públicas del país? “En la UAM, en 2021, el examen que diagnostica la capacidad del estudiante usualmente declara aptos a 42 por ciento de los de educación privada, pero sólo a 12 por ciento de la educación pública... Y hay otro problema: año tras año se aumenta el nivel mínimo de aciertos necesario para ingresar. Así, en Medicina de la UNAM-CU, en 2004 el mínimo eran 80 aciertos (de 120 preguntas), pero en 2021 ya se solicitaban 111 aciertos...”. (Aboites, 2022a).
La pandemia sumó más desigualdad a la desigualdad. Si la educación superior es un vehículo para cambiar las trayectorias de origen, son los pobres los que no acceden en mayor medida a esa oportunidad. Ingresar a una gran universidad pública “...requiere mucho estudio y esfuerzo, pero... con 111 aciertos se está dentro de un círculo muy selecto. Todavía en 2004 con 80 aciertos y 3 mil 50 aspirantes la carrera de Medicina estaba abierta a los estudiantes del sur del país y de la periferia de la Ciudad de México, y era más fácil superar la desventaja de clase social. Hoy es más difícil con 111 aciertos como requisito... Y es una tendencia generalizada: ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria No. 1 de la UNAM en 2002 requería 74 aciertos (de 128 preguntas), pero en 2021 se necesitaron 102 aciertos”. (Aboites, 2022a).
En algunas universidades existe un sesgo de género en su ingreso: “...en.… los últimos 20 años más mujeres que hombres solicitaron ingreso a la UAM, pero... el número de mujeres admitidas fue menor..., en 2007, las solicitantes fueron 32 mil 700 y se admitieron sólo 5 mil 300. Entre los hombres la demanda fue menor, 27 mil 200, pero ingresaron 7 mil”. (Aboites, 2022b).
Estos datos sugieren que el diseño para el acceso a algunas de las grandes universidades públicas del país tiene mecanismos de exclusión. El examen estandarizado de conocimientos es “...elitista... Un dispositivo distinto, que logre que las universidades sirvan a todos..., es perfectamente posible... hoy... se convoca a todos, pero se da clara preferencia a las clases medias altas”. (Aboites, 2022a).
Economía y orientación educativa
El patrón de acumulación económica de las últimas décadas impactó todas las esferas de la vida; concentró la riqueza en pocas manos, elevó la desigualdad y, afectó “...la movilidad social, ya que alguien que nace pobre tiene enormes posibilidades de mantenerse así... Limita... el acceso a bienes públicos que deberían estar disponibles para todos, como la educación...”. (Gordillo, 2022).
Y si a esa difícil ecuación se le agrega que la crisis estructural tiene uno de sus efectos más perniciosos en el bajo crecimiento y que este se da en los nichos de bajo valor agregado, el resultado son mercados laborales precarizados, lejos del ideal al que aspira todo egresado universitario.
¿Tiene la práctica profesional de la orientación una narrativa adecuada para abordar el complejo universo del mundo del trabajo que le espera a los jóvenes egresados de las universidades? Más allá del relato institucional de las cosas, quizá se llegó el momento de construir un nuevo relato desde una nueva orientación.
Pandemia y experiencias de vida
En este complejo sistémico nos atrapó la Covid-19. Los jóvenes universitarios experimentaron la crisis sanitaria y construyeron su propia visión de las cosas. Un joven universitario que cursa los primeros semestres de su carrera dice: “La pandemia afectó mi manera de verme, de ver a los demás y de ver al sistema educativo. La universidad no estaba preparada para un cambio tan drástico”. (Nieto, 2021).
La pandemia cambió la percepción y la noción de futuro de las y los jóvenes: “...afectó a mis compañeros y a mí. Nunca imaginamos que al final del día nuestra carrera se iba a ver obstaculizada... la nueva cotidianidad me hizo sentir muy extraño. Esto me atrapó en un momento definitorio de mi vida cuando daba un salto: el de mi elección de carrera. Mi visión de lo que desarrollaría el resto de mi vida cambió. Tengo muy presente qué quiero estudiar, pero no cómo será mi vida. Creía que todo lo tenía resuelto, ahora sé que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Quiero sobreponerme a esto y superarlo”. (Nieto, 2021).
Hubo jóvenes estudiantes que enfrentaron las circunstancias en un contexto adverso, de limitaciones y restricciones de todo tipo, pero dispuestos a hacer lo necesario para avanzar en medio de la tragedia: “... muchos de nosotros vimos afectada nuestra economía, como es mi caso, limitando mi acceso a internet. Esto hizo que muchas veces no pudiera entregar los trabajos solicitados”. (Nieto, 2021).
Pero en estas circunstancias resultó fundamental la adaptabilidad de las y los jóvenes a la nueva realidad. “... pude ingresar a la universidad y realmente me costó adaptarme por varios motivos, entre ellos las clases en línea... no había tomado clases de esta manera... además de que la carrera en la que estoy no es la que quería..., es más complicado porque las bibliotecas no están abiertas, porque, aunque es cierto que hay muchos recursos en internet, no está todo lo que se necesita y eso a veces dificulta la realización de los trabajos...”. (Nieto, 2021).
Con el paso del tiempo surgió el cansancio de la virtualidad. “La verdad prefiero las clases presenciales, siento que así aprendo más; no me preocupo de si mi laptop no enciende o de si no hay internet; incluso de si los correos se mandan o no”. (Nieto, 2021).
El confinamiento fue la antípoda de lo humano. “... es muy desgastante no poder salir, no socializar con mi grupo de amigos y con mi círculo social... un acontecimiento como este... marca nuestras vidas...”. (Nieto, 2021).
Durante la pandemia hubo quienes tomaron la decisión de elegir una carrera. Mi preferencia vocacional “...siento que no se ha visto tan afectada porque mi gusto por el Derecho no ha cambiado, sigue siendo muy fuerte; sin embargo, en lo que sí me ha afectado... es en la forma de ver las cosas, el saber que de un momento a otro nuestra vida puede cambiar de una forma drástica... también cambió la forma de ver nuestro entorno y cómo me desenvuelvo en sociedad... esta pandemia nos ha ayudado a comprender y reconocer un valor muy importante que se había estado perdiendo: la solidaridad y la empatía. Nos hemos vuelto más conscientes de los problemas ajenos”. (Nieto, 2021).
Lamentablemente la pandemia puso distancia en los duelos. “En el mes de mayo un familiar de mi mamá falleció... no pudimos acudir a su funeral... él radicaba en el estado de Oaxaca, de donde somos originarios”. (Nieto, 2021).
La pandemia nos devolvió de tajo la conciencia sobre el Otro. “Durante todo este periodo de aislamiento hemos tratado de cuidarnos y cuidar a los que nos rodean..., hemos aprendido a cuidarnos más, tanto física como emocionalmente”. (Nieto, 2021).
Conclusiones
Los modelos económicos y las estructuras educativas van entrelazadas. Y, en esta imbricación, la práctica profesional de la orientación resulta un factor crítico, porque de ella depende, en buena medida, cómo las y los jóvenes procesan el contexto y lo traducen para apoyar sus decisiones.
La manera de orientar genera expectativas y nociones de futuro. Durante la pandemia no hubo ruptura en la continuidad de sus programas; sin embargo, falta por evaluar su pertinencia en momentos excepcionalmente complejos para las y los alumnos de la universidad.
La pandemia fue un choque con la realidad conocida por las y los jóvenes. Afectó de distinta manera su transición a la universidad y luego su arribo al mundo del trabajo. Exacerbó las contradicciones del modelo económico y sus limitaciones. Hizo evidente que encontrar una ocupación decente ya no depende de la carrera que estudien, sino de la macroeconomía del crecimiento.
Los modelos de intervención quedaron rebasados por la nueva realidad que demandó una orientación para la crisis. El llamado proyecto de vida no es un lugar conocido ni asequible para las y los jóvenes de las ciudades perdidas de las grandes urbes, o de las comunidades rurales apartadas de los centros urbanos.
La pandemia hizo más difícil el cambio de la trayectoria de origen de las y los estudiantes. La condición de clase y los sesgos de género en la matrícula universitaria hacen necesario evaluar los mecanismos de ingreso de algunas de las grandes universidades públicas del país, así como el papel que juega en los procesos de selección la orientación educativa.
Construir un relato de la pandemia desde la perspectiva de las y los jóvenes universitarios es tan revelador de las historias de vida como de la necesidad de programas para una nueva orientación. Lo que hay no sirve para ganar el futuro. Se operó una gran ruptura entre el presente y el pasado; no hay continuidad de paradigmas en la práctica profesional de la orientación; sin embargo, por décadas se ha impuesto la inercia, pero bordar sobre lo mismo ya no es opción.
Durante la pandemia la universidad mantuvo su función docente, una de las tres que tiene como actividades sustantivas. Esto lo logró gracias a muchos factores, entre ellos, a la determinación de su alumnado por continuar en situaciones excepcionalmente adversas su formación académica.
La compleja transición de la universidad al mundo del trabajo alerta de un desajuste estructural entre el subsistema de educación superior y el mercado laboral. La orientación educativa carece de narrativa para abordar este problema.
La educación superior y la práctica profesional de la orientación no son entes aislados del sistema en su conjunto, sino parte de un complejo entramado de factores estructurales que la pandemia hizo visibles y que, a su manera, permitió a las y los jóvenes universitarios estructurar su propio relato de esta crisis.
Aboites, H. (28 de mayo de 2022a). Médicos con fronteras. La Jornada, pp.12.
---------------- (2 de abril de 2022b). UAM: mujeres encapsuladas. La Jornada, pp. 31.
Ball, P. (2010). Masa crítica. Cambio, caos y complejidad. Fondo de Cultura Económica. Turner.
Nieto, G. (2021). Testimonios de la crisis sanitaria: ¿Cómo afectó la covid-19 mi educación y mi proceso de elección de carrera? DGOAE-UNAM.
Gordillo, G. (28 de mayo de 2022). Ni es tan malo. La Jornada, pp. 15.
Levy, S. (3 de febrero de 2022). El futuro empezó ayer. El Universal, pp. 8.
Pérez G. R. (27 de mayo de 2022). Prácticas indecibles. Milenio, pp. 3.
Rivera, J.A. (2000). El gobierno de la fortuna. El poder del azar en la historia y en los asuntos humanos. Crítica.
Serratos, F. (2020). El capitaloceno. Una historia radical de la crisis climática. UNAM.
Taibo, C. (2020). Ante el colapso. Libros de la Catarata. Segunda Edición.