

En estos tiempos modernos de grandes flujos de información, cambios bruscos y problemáticas globales de gran calado y fuertes consecuencias, las universidades reconocen cada vez más la necesidad de complejizar la visión científica para comprender y actuar de forma más eficaz sobre una realidad multidimensional, intrincada y dinámica (Morin, 1999: Pozzoli, 2007).
Dicho reconocimiento ha dado paso al cruce de fronteras entre disciplinas con su consecuente trascendencia, tanto en el discurso como en los hechos, en ámbitos como los estudios de posgrado, en la investigación profesional, en las políticas públicas e, incluso, en la toma de decisiones institucionales permitiendo así conjuntar esfuerzos multi, inter o transdisciplinares a fin de construir soluciones más acordes y eficaces para las problemáticas actuales (Alfaro, Fernández y González, 2015); sin embargo, lo cierto es que en esas mismas universidades el proceso formativo de profesionales del nivel licenciatura sigue fuertemente anclado a la visión disciplinar que parte de la división y especialización aislada de los campos, metodologías y objetos de estudio (Alfaro, Badilla y Miranda, 2012; Skewes, 2013).
La estrategia de formación de profesionales parece entonces contradecir el reconocimiento de las necesidades reales: Típicamente, en las escuelas se modela y muestra la parcelización del saber constriñendo los métodos de investigación y la visión del estudiantado del nivel licenciatura; se les pide que sean capaces de identificar cuáles son los problemas de su incumbencia y cuáles no, cuáles son las estrategias válidas en su campo y cuáles no. Después, a esas generaciones de profesionales formadas en la unidisciplina se les exige que trasciendan sus límites, que piensen “fuera del molde” y que trabajen en equipos diversos, de manera colaborativa, democrática y constructiva para evaluar e intervenir sobre problemas complejos, ya sea en el campo de su ejercicio profesional o en los posgrados.
Puesto así, no parece ser una estrategia muy inteligente; sin embargo, esta organización responde a las visiones tradicionales que sostienen que el ejercicio transdisciplinar debe comenzar una vez que se ha completado un ciclo de formación disciplinar sólido, una vez que la persona tiene una visión propia del mundo que garantice el principio del rigor del conocimiento para que, a partir de ahí, dicha visión pueda ampliarse a través del diálogo y de la colaboración transdisciplinar (Cabrera, 2010; Maass 2021).
Ya lo decía en ese entonces la Carta de la Transdisciplinariedad en su artículo 14:
"Rigor, apertura y tolerancia son las características fundamentales de la actitud y visión transdisciplinaria. El rigor en la argumentación, que toma en cuenta todas las cuestiones, es la mejor protección respecto de las desviaciones posibles. La apertura incluye la aceptación de lo desconocido, de lo inesperado y de lo imprevisible. La tolerancia es el reconocimiento del derecho a las ideas y verdades contrarias a las nuestras.” (Hartvig de Freitas, Morin y Nicolescu, 1994).
También es cierto que mucho de lo que se hace en la formación unidisciplinar, explícita e implícitamente, va minando la disposición al trabajo inter y transdisciplinar por ejemplo, al jerarquizar los saberes, al fomentar la competencia entre estudiantes y docentes, e incluso al mostrar que las y los profesionales trabajan más y “mejor” con quienes son afines en pensamientos, opiniones o formas de trabajo.
Y es que la transdisciplina no significa abandonar o relajar el rigor académico. No hace a un lado los principios de la ciencia, sino que completa el círculo al alumbrar la necesidad de complementar el rigor con la pertinencia (Maas, 2021). Es una manera de comprender la realidad, de hacer ciencia con conciencia, de buscar conocimiento al reconocer el para qué del mismo (Luengo, 2012; García, 2021). Para ello no basta predicarla, hay que sentirla, vivirla, y practicarla.
Es necesario mostrar con el ejemplo que no habrá persona experta que lo sepa todo y pueda obviar las contribuciones nuevas. Es preciso promover en las aulas y fortalecer en la práctica las habilidades básicas que permitan al alumnado mirar a las otras personas y crecer en colectivo, mirar otras posibilidades, ser humildes en el conocimiento y compartir los saberes (Mulume y Sorzano, 2021), y ello no aparecerá mágicamente al egresar y enfrentar problemas complejos.
Por esa razón, en el cambio del plan de estudios de la Facultad de Psicología (2008) se incluyeron los principios básicos de la transdisciplina desde los primeros semestres de la licenciatura, pero pronto se comprendió que más allá de temas en el programa de estudios, la transdisciplina implica una serie de habilidades y posibilidades que solo pueden darse si se cambian las condiciones bajo las cuales se imparten las clases y se forma a quienes serán futuros psicólogas y psicólogos (Mureddu, 2020), por lo que se hizo necesario construir una pedagogía transdisciplinaria.
Por pedagogía transdisciplinaria Pérez, Alfonzo y Curcu (2013) se refieren a una cultura académica fuera de las lógicas disciplinarias universitarias que, dentro del trabajo cotidiano en el aula, en la interacción entre docentes y estudiantes, y entre docentes y entre estudiantes permita que se construya la posibilidad de cruzar diversas ideas y poner a dialogar los saberes diversos. González y colaboradores (2014) a su vez señalan la importancia de acompañar al alumnado a reflexionar sobre el propio papel y la posible contribución que se puede tener en el contexto local, global y planetario.
De acuerdo con Artidiello, Córdoba y Arboleda (2017) la docencia transdisciplinar se caracteriza por ser transgresora, democrática, inclusiva, crítica, contextualizada y ética, ser integradora y estar articulada, desde la visión y planificación de las acciones instruccionales, el rol del docente, el rol del discente, el clima de aprendizaje, la organización, las estrategias didácticas, los recursos y materiales, hasta las actividades y la evaluación (Cabrera, 2010).
Con esto en mente, se plantearon dos esquemas de formación. El primero esbozaba un perfil de egreso del alumnado al término de los cursos de las asignaturas de transdisciplina, para lo cual se retomó la propuesta de Margery (2010) sobre las competencias transdisciplinarias definidas como “sistemas complejos de recursos personales (conocimientos, habilidades, actitudes, motivaciones o rasgos) que se movilizan para afrontar los retos de la práctica profesional en particular y de la vida en general” (p.62). El autor las clasifica en: capacidad cognitiva que tiene que ver con el procesamiento sistemático de información compleja; capacidad afectiva requerida para la solución de conflictos y para ver la postura del otro; capacidad conductual es la relacionada con la iniciativa y la toma de riesgos ante la incertidumbre; y capacidad de afrontamiento ante situaciones de riesgo que tiene que ver con la adaptación a situaciones cambiantes. El segundo esquema fue un espacio de autoevaluación, reflexión y actualización sobre el quehacer docente para lograr construir esos aprendizajes deseados.
Para lograr ambas metas fue importante generar experiencias de aprendizaje en donde el estudiantado pudiera llevar las riendas, descubrir e innovar; experiencias en donde el trabajo en equipo no fuese un mero trámite sino una vivencia reflexiva y acompañada, un proceso en el que vivieran retos diferentes a los acostumbrados y aprendieran recursos que aún no habían ejercitado. La propuesta desarrollada implicó la combinación y el tejido fino entre la poca teoría que existe sobre la implementación de una docencia transdisciplinar, los recursos de diversas docentes, sus estilos de trabajo y su experiencia didáctica (Colmenares, Valencia, Hagg y Cruz, 2021).
Los resultados no fueron inmediatos, pero desde el inicio se identificaron señales que indicaban que el camino era correcto. La persistencia permitió ir cosechando buenas opiniones de colegas y algunos estudiantes; sin embargo, un elemento inesperado generó condiciones excepcionales que obligaron a dar un magno impulso a los esfuerzos desplegados: La pandemia por COVID-19 que azotó al mundo en 2020-2021.
Durante la pandemia se hicieron evidentes las limitaciones docentes y se requirió la conjunción de conocimientos y habilidades para, en primer lugar, entender lo que estaba sucediendo y después, para adaptarse lo más rápido posible. Esto llevó al sistema educativo a cruzar las fronteras que antaño no se pensaba: las tecnologías, los espacios y las nuevas formas de interacción, estrategias distintas de adquisición y transmisión del conocimiento, por decir lo menos. Y qué mejor momento para que la transdisciplinariedad aflorara, para que las habilidades de adaptación, flexibilidad, empatía y comprensión, así como el objetivo de hacer un frente común coadyuvaran a la meta de ejercer una docencia transdisciplinar.
Así, todo el trabajo desarrollado con anterioridad como la conformación del equipo docente de trabajo, la red de apoyo entre colegas, los recursos didácticos, pero sobre todo la actitud asumida de ejercer la docencia desde la transgresión y la empatía resultaron herramientas valiosísimas para que los vínculos docente-aprendiz no se diluyeran ante la distancia, y para que el espacio de aprendizaje generado siguiera siendo un reto diferente a lo que se hacía en otras clases; se evitaron las prácticas comunes de memorizar cosas, copiarlas de internet o guardar los videos de las clases, y se fomentó la negociación entre pares, el contacto con gente profesional de diferentes campos, y aventurarse a hacer propuestas. La posibilidad de extender el aula mediante la tecnología, conservar y mantener lo humano y reflexionar más allá de hacer tareas fueron grandes salvavidas frente a la incertidumbre de los tiempos y las dificultades reales que se vivieron por igual.
Transitar de la presencialidad a la virtualidad no fue fácil; tampoco lo ha sido de la virtualidad a lo híbrido, ni lo será pasar de lo híbrido a la “presencialidad”, ya que se ha vivenciado una transformación a raíz de lo sucedido, se ha percibido que las fronteras son relativas y que se hace necesaria la colectividad para una mejor comprensión del mundo, para elaborar de mayor alcance, pero sobre todo, se ha hecho evidente la riqueza de las distintas visiones, de las distintas formas de hacer, así que la docencia ya no será la misma, eso es una realidad.
Haciendo el recuento de estas experiencias se puede ver que se ejerció una docencia transdisciplinar a través de la práctica de las habilidades transdisciplinarias: se hizo frente a la incertidumbre, se tomaron decisiones considerando los distintos enfoques y perspectivas para que el proceso de enseñanza-aprendizaje fuera óptimo y favorecedor para el alumnado, se crearon espacios colectivos para el diálogo, se asumieron riesgos. Se ha cumplido el propósito de sensibilizar a los estudiantes sobre lo que es ser transdisciplinario, a tener, en primer lugar, la actitud y disposición para serlo.
Después de la tormenta que representó la pandemia se puede mirar hacia atrás y dar cuenta de haber vivido la transdisciplinariedad: hoy no solo se trata de saber y conocer más, sino de cambiar nuestro contexto, de ser mejores seres humanos, de ser uno con el mundo.
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Alfaro, J. I., Fernández, C. de J. y González, M. de J. (2015). La transdisciplinariedad una herramienta para apuntar al Buen Vivir. Polis [En línea], 40 http://journals.openedition.org/polis/10896
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